El lado verdaderamente salvaje de Puerto Natales

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A cien años de la fundación de la ciudad, probamos algunas de las excursiones que ofrecerá -a partir de octubre- el próximo gran proyecto turístico de la Patagonia. Por paisajes remotos y agrestes, siguiendo las huellas de pumas, colonos solitarios, gauchos y de los primeros exploradores en la región, así son las nuevas aventuras salvajes de Puerto Natales.

María vive sola en una isla. A dos horas de navegación en lancha desde Puerto Natales, donde el mar es malo, María Medina jura que no le da susto vivir sola en una isla en medio de los fiordos patagónicos. “Yo soy corajera”, dice. Nacida hace 65 años en la Isla Grande de Chiloé, llegó junto a su marido doce años atrás a la isla Focus. Pero él trabaja en Natales y ella puede pasar varias semanas “sola-sola”, acompañada sólo por su perro ovejero. Sin más ruido que el del viento, María se levanta cada día a las ocho de la mañana a tomar mate. Después -y pese a la artrosis que cada dos meses la obliga a ir al médico a Puerto Natales- se dedica a lavar ropa, alimentar a sus gallinas y prende fuego en el cuarto de madera donde ahúma salmones. No se preocupa por las sesenta ovejas que pastan libres en las 320 hectáreas de la isla (algo así como la cuarta parte de la comuna de Providencia).

Al mediodía almuerza y por la tarde se dedica a trabajar la quinta en que cultiva arvejas, lechugas, papas, repollos y zanahorias. Antes de las 18:00 ya está oscuro en Focus en otroño y María se mete dentro de su casa de zinc. Echa más leña a la cocina y, escuchando rancheras en la radio, deja pasar las últimas horas del día mirando por la ventana. Le da miedo cuando, a lo lejos, ve una luz sobre el mar que se acerca. “No le tengo susto a estar sola -explica María-, pero los lancheros son peligroso: siempre andan curaos. Por eso, cuando pasan las lanchas cerca, me pongo medio asustá”. Una mañana soleada, caminando por su huerta, le pregunté a María si no preferiría vivir en Puerto Natales, o volver a su Queilen natal. “Claro que me gustaría poh, pero a mi marido le gusta aquí, y donde va el hombre hay que seguirlo, ¿no?”, me respondió con seguridad.

Para bien y para mal, pensé, quedan pocas mujeres como María. La bitacora La historia de Focus y de toda la zona comenzó a escribirse en la bitácora de viaje del navegante español Juan Ladrillero. Con la misión de encontrar la entrada del Estrecho de Magallanes por el Océano Pacífico -que Hernando de Magallanes descubrió por el Atlántico en 1520-, Ladrillero había partido de Valdivia cincuenta días antes de ese 6 de enero de 1558 en que ancló su nave frente a la isla Focus. En honor a la festividad católica la bautizó “Isla de los Reyes”. “La jente de esta tierra es jente bien dispuesta; los hombres i las mujeres, pequeños, i de buen arte, i de buena mesa al parecer”, anotó Ladrillero en su derrotero, describiendo a los indígenas que, curiosos, llegaron a ver la extraña nave. Se trataba de alacalufes: “Sus vestiduras son de cueros de venados [huemules], atados por el cuello, que les cubren hasta abajo de las rodillas. Traen sus vergüenzas de fuera, así los hombres, como las mujeres. Comen la carne cruda i el marisco, i si alguna vez lo asan es muy poco, cuando lo calientan. No tienen casas ni poblaciones. Tienen canoas de cáscaras de cipreses i de otros árboles”. Aunque han pasado 453 años desde entonces, no es difícil imaginar a Ladrillero caminando por la isla, donde se quedó un par de días para realizar exploraciones por los fiordos y canales cercanos, tratando de descubrir la entrada occidental del Estrecho; que encontraría dos meses más tarde. Con una vegetación exuberante, entre la que destaca una diminuta planta carnívora que se alimenta de insectos, recorrer la isla -rebautizada como Focus por los exploradores ingleses Skyring y Kirke en 1830- toma un par de horas. Subiendo y bajando colinas suaves, el único sendero, de poco más de cinco kilómetros, llega hasta un colorida turba: primera etapa del proceso por el cual la vegetación se transforma en carbón mineral; Sphagnum magellanicum, en lenguaje científico. En ese lugar crecen musgos, líquenes y los llamados bonsais patagónicos: lengas y cipreses que alcanzan poco más de un metro de altura debido al viento gélido y las lluvias que pueden durar hasta una semana.

Cien pasos más allá, sobre una ladera, hay una roca con vista panorámica de 360 grados. Al pararse ahí es imposible no sentir un ligero escalofrío al imaginar a Ladrillero observando ese mismo paisaje, de seguro, con los ojos clavados en las majestuosas cumbres nevadas que resplandecen a lo lejos. Oro blanco Siguiendo la cartografía trazada por Ladrillero, el alemán Hermann Eberhard llegó a las tierras donde ahora se levanta Puerto Natales a mediados de 1892. Al mando de una chalupa propulsada por velas y remos, había zarpado desde Punta Arenas con la misión de encontrar tierras óptimas para la actividad ganadera. Antiguo teniente del ejército prusiano, Eberhard partió su carrera naval como marinero raso en un barco mercante. Al poco tiempo, eso sí, ya era capitán de la compañía Kosmos, la que lo puso al mando de uno de sus buques para transportar ovejas desde las Islas Malvinas. Fue entonces que se dio cuenta del potencial de la región, y empezó a escribir su propia leyenda de colonizador del Seno Última Esperanza. Frente a una bahía apacible y rodeada de praderas amarillas, en 1893 el explorador fundó la primera estancia ganadera de la región, a la que llamó Consuelo. Pronto llegaron las primeras ovejas, que fueron traídas desde Argentina y, de paso, comenzaron a aparecer decenas de nuevos pioneros.

Debido al apogeo ganadero, a pocos kilómetros de Consuelo, en 1897 se fundó Puerto Cóndor y dos años más tarde nació Puerto Prat, puntos desde donde se embarcaba la carne para ser vendida en Londres. Al navegar ahora por las apacibles aguas del Seno Última Esperanza, cuesta adivinar toda esa bonanza del llamado “oro blanco”, pues sólo una decena de construcciones permanece en pie en Puerto Cóndor y Puerto Prat. Ambas localidades fueron abandonadas pronto por carecer de ríos que abastecieran de agua, leña y sobre todo por estar frente a bahías pequeñas que se escarchaban durante el invierno. El apogeo colonizador duro muy poco, además, por al desalojo de cientos de pobladores después de que el fisco rematara al mejor postor las tierras que trabajaban. Desde esa época, la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego, fundada en 1893, comenzó a mandar en la región. En 1905 la Sociedad inició la construcción del Frigorífico de Puerto Bories. Conocido popularmente como “El gran refrigerador”, contaba con matadero, galpones de esquila, máquinas lavadoras de lana, curtiembre, grasería y cámaras de frío para conservar la carne. Monumento Histórico Nacional desde 1996, hoy día el edificio está siendo restaurado para convertirse en parte esencial del próximo gran estreno turístico de la zona, el hotel The Singular (ver recuadro); que será inaugurado justo un siglo después del epílogo de la historia colonizadora del Seno Última Esperanza: cinco kilómetros al sur de Puerto Bories, por sus buenas condiciones portuarias, abastecimiento de leña y agua, el 31 de mayo de 1911 se fundó de manera oficial Puerto Natales. Con 20 mil habitantes en la actualidad, desde hace una década la ciudad es el epicentro de la industria turística de la Patagonia chilena gracias a las Torres del Paine. Así, hoy casi no se ven ovejas.

En cambio, abundan los hostales, las tiendas de equipo de montaña. Muy pocos se acuerdan del “oro blanco”. Tierra de baguales Salieron de atrás de un cerro. Primero conté dos, después cinco, siete y once cóndores. Pensaba que nunca había visto tantos juntos cuando, uno a uno, aparecieron más. Muchos más. Alcancé a contar 37 cuando me aburrí de enumerarlos y me dediqué a contemplar la escena. Fui consciente de que nunca más vería algo igual. A dos horas y media en auto desde Puerto Natales, en el límite entre Argentina y Chile, Sierra Baguales -el nombre hace referencia a los caballos que viven sin ser domados en la pampa- es un lugar de verdad salvaje, en donde bastan diez pasos para encontrar pisadas frescas de pumas. “Las huellas tienen pocas horas, son de anoche máximo”, me dijo Sergio Barría, un gaucho devenido en guía. A sus 45 años, Barría prefiere que lo llamen “Chechín”, tal como lo apodó su madre cuando era niño y vivía en el sector de Dorotea, a quince minutos de Puerto Natales. Fue ahí donde comenzó a amansar caballos y a aprender el resto de las labores del gaucho. Por más de una década Chechín se desempeñó como puestero, es decir, como encargado de vigilar las ovejas que pastan en una porción pequeña de una gran estancia; hasta que un día se aburrió del aislamiento y partió a trabajar a una empresa dedicada a las cabalgatas dentro del Parque Nacional Torres del Paine. No se dio cuenta de cómo empezó a balbucear algunas frases en inglés y, de un día para otro, se había convertido en guía. El ex gaucho destacó entre sus nuevos colegas y al poco tiempo fue contratado por los hoteles más lujosos del área. Remontando el curso de río en Baguales, Chechín me contó que por ahí mismo había pasado Lady Florence Dixie: la autora del clásico A través de la Patagonia, quien en 1878 lideró lo que se conoce como el primer gran viaje turístico por la Patagonia. Para ver de cerca una pared saturada de restos fósiles marinos, Chechín me advirtió que debería sacarme los bototos y calcetines para cruzar el río. “Está muy crecido y saltar de piedra en piedra puede ser peligroso”, dijo tratando de consolarme. Pero eso no sirvió mucho cuando, con el agua hasta las rodillas, el frío me paralizó justo a medio camino. Alcancé la otra orilla después de soltar una decena de insultos, y volví a sentir los dedos de mis pies recién a los diez minutos. Cuando regresábamos, Chechín me comentó que ese paisaje era su favorito entre todos los que alguna vez había visto. “¿Te gusta más que las Torres del Paine?”, le pregunté. “Sí, más. Para mí este lugar es especial -me respondió-; ¿sabes? Yo soy bien incrédulo, pero aquí siento algo extraño. Me cargo de una especie de energía que me dura como dos días”. Al igual que Chechín, tampoco soy místico ni nada parecido. Pero quizá tenga razón y de verdad existan energías raras en Sierra Baguales. Igual, para mí, nada de eso importa al final: me basta con saber que ahí merodean caballos salvajes, pumas y que los cóndores vuelan en bandadas innumerables a sólo cien metros de altura. Un nuevo gaucho Tordillo no era un bagual, pero me gusta pensar que sí lo era. Al día siguiente de la excursión por Sierra Baguales fui a cabalgar por los alrededores de la laguna Sofía, 30 minutos al noreste de Puerto Natales. Desde luego, fui con Chechín, quien me aconsejó que de inmediato le demostrara a Tordillo que era yo quien mandaba. “Si no, nunca te va a obedecer. Es un caballo inteligente”, dijo. Con calma partimos a recorrer la ribera de la laguna. Al rato, me sentí extrañamente confiado y me alejé para probar la velocidad del caballo. Como nunca antes lo había hecho, cabalgué a toda velocidad sobre Tordillo, que -con 12 años ya- a los diez minutos comenzó a jadear.

En cuanto me di cuenta jalé las riendas para que se detuviera y descansara. No recuerdo qué le dije, pero sí que acaricié su cuello como muestra de agradecimiento. Por un par de segundos, me sentí como un gaucho. Era de noche cuando partimos de regreso a Puerto Natales. Con la típica vestimenta de un gaucho -pantalones bombacha, boina, botas, manto y mate al hombro-, Chechín caminaba por las calles principales de la ciudad como si nada, saludando a medio mundo. Antes de despedirnos, me invitó a desayunar a su casa a la mañana siguiente cuando le pedí unos minutos para hacerle una entrevista más formal. Al llegar a su casa, Chechín me estaba esperando con café y sopaipillas pasadas en chancaca. “Me faltaron los bifes no más”, me dijo, aludiendo al desayuno típico de los puesteros. Luego, junto a la cocina, comenzamos a repasar momentos importantes de su vida: el día en que nació en su propia casa, su paso por la escuela rural, el verano que aprendió a enlazar ganado, el día que partió a trabajar a una estancia en Argentina y, sobre todo, cuando -hace unos quince años- decidió dejar atrás el estilo de vida nómade y solitario del puestero. Hoy Chechín vive cien por ciento dedicado al turismo: después de trabajar para hoteles como Remota y Explora, hace un par de meses fue contactado por el futuro The Singular. Además, junto a Anita, su esposa, es dueño de una tienda -en pleno centro, en la esquina de Baquedano y O’Higgins-, en la que arriendan equipos de montaña y venden desde excursiones hasta boinas tejidas a crochet. Después de prometerle que algún vez volvería para cabalgar con él una semana de puesto en puesto, me di cuenta de que, tal como Puerto Natales, el gaucho-guía había nacido dedicado a las ovejas y hoy estaba consagrado a los turistas (¿otra clase de ovejas?). Después de todo, pensé, la biografía de Chechín no era más que la personificación de la historia de Puerto Natales. Vea una galería con más fotos de las nuevas expediciones de The Singular en www.emol.com/mundografico El gaucho-guía había nacido dedicado a las ovejas y hoy estaba consagrado a los turistas (¿otra clase de ovejas?). Nuevo vecino en BoriesCon una inversión de 15 millones de dólares, en octubre próximo será inaugurado The Singular Hotel (thesingular.com/puertobories). El proyecto rescatará y potenciará la historia de la región por medio de la restauración del frigorífico de Puerto Bories, que quedará plenamente integrado a sus 57 habitaciones con vista al Seno Última Esperanza. Con un sofisticado spa a nivel del agua, The Singular ofrecerá una decena de excursiones exclusivas -como las aquí descritas-, que también estarán disponibles para el público externo al hotel.

Posteado en: http://diario.elmercurio.com/_portada/revista_del_domingo.asp

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