HACE EXACTAMENTE un año, la Petrel IV realizaba su viaje inaugural de «turismo». La tripulación se veía ansiosa por levar anclas desde el muelle de Melinka. Genaro Barría, melinkano de nacimiento y gestor del proyecto Archipiélagos de la Patagonia (www.adelapatagonia.cl), se paseaba por la cubierta del barco hablando por celular, coordinando algunos detalles que olvidó en tierra. Un par de camarógrafos alistaban sus cámaras para retratar el momento. Y un grupo de 15 misioneros universitarios en tareas de verano junto a un sacerdote, agradecían haber sido invitados como improvisados turistas.
Si bien la barcaza Petrel IV tiene varios años en su corpulenta estructura, esta vez se respira olor a nuevo. Se encuentra recién acondicionada para el turismo, con capacidad para 28 pasajeros, 11 camarotes, baños, cocina, mesas y hasta catalejos para observar la fauna marina que abunda en estos mares.
Gracias a los cetáceos es que este pueblo ubicado en el archipiélago de las Guaitecas, comenzó a ganar fama. No era más que un pequeño y desconocido pueblo de pescadores, hasta que en el año 2003, el biólogo marino Rodrigo Hucke, de la Universidad Austral, publicó un estudio en la Royal Society -la academia de Ciencias del Reino Unido- llamado Descubrimiento de una zona de alimentación y recuperación de las ballenas azules en el sur de Chile. Junto a otros biólogos habían observado cientos de ballenas azules en el golfo Corcovado, pasando a ser el único lugar conocido del mundo donde se reúnen las escasas ballenas azules que lograron sobrevivir a la masacre ballenera. Se dice que no hay más de 3.000 en todos los mares del mundo, pero en el Corcovado se han visto más de 150 y se han identificado por sus aletas alrededor de 85 ejemplares.
Después de este descubrimiento, comenzaron a llegar al golfo decenas de científicos, ecologistas y canales como BBC para filmar a estas ballenas. Pero verlas no es tan fácil, es cuestión de mirar en un mapa para comprobar lo enorme que es este mar: más de 90 kilómetros de largo por 45 de ancho. Y a eso hay que sumarle un agua siempre tempestuosa y un clima adverso, para tratar de localizar a estas ballenas que nadan a 25 km/h (pueden llegar a los 50 km/h) y que apenas salen a la superficie un minuto para respirar y volver a desaparecer en las profundidades del mar.
¿Se pueden ver? Claro que se puede, con paciencia, tiempo y muchísima suerte. La tarea no es nada fácil. Genaro Barría lo sabe muy bien, pero decidió jugárselas por el turismo, siendo el primero en Melinka en adaptar un barco sólo para ese propósito y de paso decidió ofrecer la posibilidad de observar aún más fauna marina. Porque aquí también se pueden ver ballenas jorobadas y sei, orcas, delfines australes (también conocidas como toninas), lobos marinos y pingüinos de Magallanes.
Quizás el día no era el más adecuado para navegar, estaba nublado, con chubascos y viento de unos 60 km/h. Todos en el barco sabían que era una tarea casi imposible, pero el viaje inaugural zarpaba con fe y con un único propósito: ver al animal más grande que existe y que ha existido sobre la Tierra.
La ballena azul incluso es más grande que los enormes dinosaurios de la prehistoria, gracias a sus 30 metros de largo y sus 130 toneladas de peso. Como referencia un bus oruga del Transantiago mide 18 metros; y el peso de uno de estos mamíferos equivale, nada menos, que al de unos 45 hipopótamos adultos. Por esto mismo, las ballenas azules no son animales acrobáticos. No saltan, ni son juguetonas y es muy raro avistar su cola y aletas. Lo más frecuente es ver cuando sale a respirar, lanzando un denso chorro de agua que puede alcanzar los 10 metros y ser visto desde una gran distancia en un día de mar calmo.
El barco llevaba apenas una hora de navegación cuando se vio el primero de estos enormes soplos en el horizonte, seguido de gritos de alegría de tripulantes y turistas. Lo que parecía imposible, asomaba a unos cuantos metros del barco. Se escuchaba su estruendoso respirar y se veían aparecer y desaparecer cientos de veces en las aguas del golfo Corcovado.
La misión estaba cumplida.
Un año después de este primer viaje las cosas han ido creciendo en el pueblo. Melinka, que está ubicado en la isla Ascensión y es capital de la provincia del archipiélago de las Guaitecas, empieza a sonar cada vez más fuerte con programas turísticos muy bien organizados que se venden en las principales agencias del país.
Junto a la primera embarcación de turismo también surgió el primer hostal, que en realidad tiene más características de un buen hotel que un hostal convencional. Se ubica a orillas de la costanera, con una capacidad para 30 pasajeros en excelentes habitaciones y un restaurante con comida gourmet. Porque no todo es sobre cetáceos en esta localidad. La gastronomía juega un rol importante, con exquisiteces como el curanto o la sierra al palo, una novedosa forma de cocinar el pescado usando un fogón y estacas de luma. Además de estos platos, en el Fogón de Rigel, también se puede pedir centolla, a precios bastante moderados (sector Estero Álvarez 78, f: 67- 431718,www.corcovadosur.cl).
La agrupación de turismo Nómades del Sur, junto a EuroChile, trabajan en conjunto para recuperar y difundir las antiguas tradiciones culinarias, costumbres, fiestas religiosas, artesanía típica de la zona y su pueblo originario: los chonos, pueblo que hoy se encuentra extinto, pero que dejaron varios conchales en la zona como vestigios de su presencia.Desde el pueblo también se pueden hacer distintas excursiones, como por ejemplo al sector de Repollal, donde los turistas tienen la oportunidad de ver el dedicado trabajo de los carpinteros de ribera, que arman y reparan embarcaciones con destreza ancestral. O simplemente se puede caminar por las calles de Melinka y comprobar en tierra la influencia que dejó la época ballenera en este lugar, como enormes huesos usados en forma de ornamentación en los patios. O, tal vez, preguntando, se pueda llegar a alguno de los octogenarios lugareños que vivieron esa etapa y compartir con ellos buenas historias junto a un mate y sentir la particular calidez de la Patagonia, uno de los mayores atractivos de la zona austral de nuestro país.
Escrito por Evalyn Pfeiffer
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