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Rumbo al fin del mundo: cómo explorar la Patagonia en 7 días

Al fin del mundo se llega haciendo escala. Aunque esto no hay que verlo como un cúmulo de horas perdidas, sino como la primera de las muchas oportunidades que nos brindará Chile para asimilar todo su potencial. Por eso recomendamos dedicarle al menos un día completo a su capital, lo necesario para sacudirnos el ‘jet lag’ del cuerpo y localizar algunos de sus recovecos más preciados.

Arropado por la grandeza de los Andes, Santiago de Chile se caracteriza por tener un perfil relativamente bajo y extenso a excepción de los rascacielos acristalados que, como la Gran Torre, despuntan entre la armonía de hormigón. La mejor forma de comprobarlo será montándonos en el funicular que lleva hasta el Cerro San Cristobal, desde donde se obtiene la mejor panorámica de la ciudad, y situarnos a los pies de la gigantesca virgen de piedra que lo guarda mientras le damos un sorbo a nuestro ‘mote con huesillo’, tradicional bebida de melocotón y trigo perfecta para los días de más calor.PUBLICIDAD

JOSE LUIS STEPHENS / EYEEM

De vuelta al centro histórico de Santiago no podremos pasar por alto el Palacio de la Moneda, sede presidencial y escenario de momentos tan cruciales para Chile como el golpe de Estado de 1973; o la Plaza de Armas, eje de la ciudad que aglutina la emblemática Catedral, el majestuoso edificio de Correos y un puñado de terrazas muy socorridas para tomar un café.

La gastronomía local hay que disfrutarla a golpe de marisco y no hay lugar más auténtico que el Mercado Central para darnos un homenaje de erizos, locos (molusco similar a la lapa), ostiones (parecidos a la zamburiña) o machas a la parmesana (comparables a la almeja), muestra de la necesidad de comprender bien la carta antes de pedir.

Si todavía te sobra tiempo, regálate una pieza de bisutería con lapislázuli en el Centro Artesanal los Dominicos o visita alguno de sus numerosos museos como el de Arte Precolombino o el que salvaguarda la Memoria y los Derechos Humanos del país a través de un turbulento viaje al pasado.

Día 1

Un vuelo de tres horas y media después, por fin pisamos Punta Arenas, la ciudad continental más austral del mundo y un punto de partida inmejorable para explorar la Patagonia chilena. Su aeropuerto cuenta con distintas empresas de alquiler de coches, aunque recomendamos llevar los deberes hechos de casa ya que, si se pretende cruzar la frontera a Argentina, los permisos deben gestionarse con antelación.PUBLICIDAD

Lo primero que haremos será detenernos frente al Estrecho de Magallanes para ver cómo los cormoranes hacen equilibrios sobre las columnas de madera que una vez ejercieron como muelle. Detrás quedan pesqueros y buques colosales en un intento por hacernos recordar que Magallanes fue principal puerto para quienes viajaban entre el Atlántico y el Pacífico hasta se construyera el Canal de Panamá. Prueba de ello son los edificios señoriales que hoy resisten junto a fachadas más jóvenes y coloridas. Sin embargo, los turoperadores y las tiendas de alta montaña se encargan de subrayar cuál es el principal atractivo de Punta Arenas a día de hoy.

INÉS MARTÍNEZ NASSPUBLICIDAD – SIGUE LEYENDO DEBAJO

Una perfecta entrada al sur con dos obligatorios: besar el pie de la estatua del indio de laPlaza de Armas como garantía de retorno y subir al Cerro de la Cruz, desde donde se obtiene la mejor vista de la ciudad, para sentirnos remotos al saber a cuántos miles de kilómetros estamos de casa. Concretamente a 12.247 kilómetros de Madrid –por si os lo estabais preguntando– comienza nuestra ruta del fin del mundo.

Día 2

Al día siguiente cogeremos la Carretera 9 con dirección a Puerto Natales para recorrer 250 kilómetros de asfalto, rodeados por un manto de hierbajo salpicado a su vez con algún arbusto y el ocasional rebaño de ovejas. Sabremos que estamos llegando a la ciudad cuando las crestas del Cerro Balmaceda entren en escena. Una vez en Puerto Natales, la panorámica con los restos del antiguo muelle desapareciendo en el mar nos vuelve a llamar. Eso, y el ambiente que desprenden sus calles repletas de humildes casitas de colores.

De nuevo al volante, en apenas 15 kilómetros cambiaremos la suavidad de la Ruta 9 por la algo más tosca Y290. Eso significa que nos queda pasar frente a la turística Cueva del Milodón y unos 50 kilómetros más hasta que los imponentes picos del Paine comiencen a asomar tras las curvas de la carretera, como avisando de que estamos a punto de presenciar algo único. La tarde nos la tomaremos con calma: dar un paseo para estirar las pierna, familiarizarnos con la zona y recopilar información sobre excursiones suena a buen plan.

Días 3 y 4

El Parque Torres del Paine es un refugio donde impera la ley de la naturaleza salvaje a excepción de un par de hoteles de diseño cobijados en la ladera, un camping y algún discreto café en el que reponer fuerzas. Aquí se dan cita alpinistas experimentados y aficionados con ganas de inyectarle algo de adrenalina a sus vacaciones. Por suerte, hay lugar para todos. El circuito ‘O’ (90,5 km) y el ‘W’ (76,1 km) son los desafíos más demandados, aunque existen otras caminatas mucho más breves e igual de placenteras, como la que en apenas una hora nos lleva hasta el Mirador de los Cuernos, sobre el Lago Nordenskjöld.

El contraste entre el musgo y los cadáveres de árboles calcinados adorna el paso y nos ayuda a caer en la cuenta de que no importa la perspectiva, la escala de grises que viste al macizo es admirable desde cualquier esquina de este parque nacional. Si te atreves con una ruta más exigente, lánzate a conquistar el Mirador base de las Torres, una de esas cosas que todos deberíamos tachar de nuestra lista de pendientes.

Navegar hasta el Glaciar Grey es otro de los imprescindibles con mayúsculas en el parque. Tres horas en total durante las que podremos disfrutar de este mastodonte de hielo –y sin que se nos resientan los pies–. En definitiva, si no se busca hacer grandes rutas, dos días completos en Torres del Paine será suficiente.

Día 5

Al amanecer volveremos sobre nuestros pasos para conectar con la carretera Y200 que nos llevará hasta el paso fronterizo Río Don Guillermo, un último trámite antes de recorrer los kilómetros y más kilómetros que nos separan de nuestro próximo destino, El Calafate.Mientras, toca disfrutar de la inmensidad de la nada que define a la Patagonia argentina: desierto, rectas infinitas y algún que otro guanaco (en la imagen) cruzando alegremente la carretera. Los tonos camuflaje sustituyen el verdor de días anteriores y cubren hasta donde nuestra vista alcanza a ver. Es ahora, después de tanta soledad y de tener que memorizar dónde se encuentra la próxima gasolinera, cuando el término ‘road trip’ cobra finalmente sentido.

La mítica Carretera 40, esa que atrae a autoestopistas de todo el globo y viste los mejores souvenirs argentinos, nos acompañará prácticamente hasta las puertas de Calafate. Tras casi 300 kilómetros al volante, comprobamos que es todo lo que se le podría pedir a un lugar que vive por y para el turismo mientras presume de ser la ciudad más cercana al Perito Moreno… y eso que nos separan 80 kilómetros del pedazo de hielo. Aquí encontraremos lo que necesitamos: comercios, restaurantes donde degustar un cordero patagónico y alojamientos que van desde hostales a resorts 5 estrellas. ¿Nuestra sugerencia? Que lo celebres con una buena cerveza artesana.

Día 6

Nuestro sexto día lo invertiremos en conocer uno de los glaciares más famosos –y espectaculares– del mundo ubicado frente a la Península de Magallanes, oasis verde al que accederemos en coche. Muchas curvas, un gran aparcamiento y un mini bus después, por fin nos encontramos sobre el entramado de pasarelas diseñado para mostrar cada ángulo posible del Perito Moreno. Eso sí, prepárate para subir y bajar escalones como si no hubiera un mañana. Hay distintos senderos según la dificultad, aunque lo realmente costoso será no detenerse a tomar una foto a cada paso. Podremos ver cómo su inmensa fachada azulada de 60 metros de altura por cinco kilómetros de ancho ha sido acribillada a grietas y recovecos, pero sólo imaginar qué esconden los más de 30 kilómetros que guarda a sus espaldas.PUBLICIDAD – SIGUE LEYENDO DEBAJO

Las dos actividades complementarias más demandadas son el ‘mini trekking’, que nos permitirá hacer una ruta con crampones sobre el glaciar para agrandar la hazaña (se requiere buena condición física) y el recorrido en barco por el que nos sentiremos todavía más insignificantes frente a la pared helada, ambos organizados por Hielo y Aventura. Dicho esto, simplemente asimilar las vistas desde el mirador y sobrecogernos con el estruendo que se genera cada vez que se desprende un pedazo de hielo ya será suficiente recompensa.

Día 7

El problema de los viajes en carretera es que acaban volviéndose adictivos. Si podemos alargarlo, lo suyo sería tomar la Carretera 40 y subir hasta El Chaltén para medirnos ante el imponente Fitz Roy. Si el tiempo juega en nuestra contra, regresaremos a Punta Arenas. Nos esperan 600 kilómetros de paisajes inhóspitos a través de una región afectada por la despoblación y que parece haber colgado el cartel de ‘no molestar’. Antes de regresar a Santiago de Chile, ¿qué tal si añadimos un día más para navegar hasta Isla Magdalena? Solo así podremos pasear entre la mayor colonia de pingüino magallánico que, por cierto, anida entre noviembre y marzo.

También podríamos cruzar a Isla Grande de Tierra de Fuego y visitar el Parque Pingüino Rey en Bahía Inútil. O tal vezembarcarnos en un crucero para navegar entre fiordos hasta Cabo de Hornos. Adentrarnos en Ushuaia, la ciudad más al sur del mundo, o quizás en Puerto Williams, la localidad chilena que pretende arrebatarle el título. Aunque de esto ya hablaremos otro día. Visto así, parece que las opciones en el fin del mundo no se agotan nunca.

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