Biodiversidad, experiencia ancestral y conservación es el lema de un proyecto que se está ejecutando en la zona y que cambiará el rostro de la comuna. Senderos para caminar, visitas a humedales, circuitos de navegación y la posibilidad de compartir con la desconocida cultura huilliche.
por Evelyn Pfeiffer
CHILOÉ ESTÁ DE MODA y hace ya un buen rato se instaló como sitio imperdible para conocer, pero la situación no es pareja para todo el archipiélago. La comuna de Quellon, ese último rincón de la isla grande de Chiloé, es conocido por la canción “El gorro de lana”, por ser el poblado donde termina la Panamericana y por su actividad pesquera, pero más allá de eso, es un completo desconocido chilote, que todos suelen visitar por el día… o menos.
Pero Quellón quiere cambiar y que sus atractivos sean descubiertos, y para eso está llevando a cabo un proyecto que a futuro pretende convertir la comuna en un destino de Turismo de Intereses Especiales, basado en un modelo de gestión sustentable. En la iniciativa participan Corfo, Sernatur, la Municipalidad de Quellón y es ejecutada por la WWF Chile con el apoyo del Centro Ballena Azul (CBA). ¿Cuál es la idea? Biodiversidad, experiencia ancestral y conservación es el lema del proyecto y que resume muy bien lo que se está haciendo y lo que uno puede encontrar hoy en la zona. Salimos a recorrer y esto fue lo que encontramos.
Huilliche quiere decir “gente del sur” en mapudungún, un pueblo con varias similitudes con los pueblos mapuche y pehuenche, pero también con varias diferencias que tenemos la oportunidad de conocer de primera fuente, gracias a Sandra Antipani (antipani.s@gmail.com) y su familia, miembros de la Comunidad Huilliche Coihuín de Compu. Así aprendemos, por ejemplo, que su árbol sagrado es el laurel, el árbol de la paz, y no el canelo como en los mapuches; o que el trauco es una divinidad del agua y no tiene ninguna connotación negativa; o que la lengua huilliche tiene varias diferencias con el mapudungún y muy poca gente sabe hablarla.
Sandra nos recibe en el fundo Coihuín para comenzar un sendero de caminata donde aprovecha de explicar su cosmovisión y lo que veremos. “El agua es fundamental en nuestra cultura. En el We Tripantu (nueva salida del sol o Año Nuevo indígena, que se celebra el 21 de junio), cuando salen los primeros rayos de sol, comienza un nuevo ciclo y esa primera agua es sagrada y lo purifica todo. Ancestralmente la gente iba a bañarse donde nacía el agua, que es sagrada: surge desde estos pomponales que forman hilitos de agua, que se juntan con otros, para luego crear pequeños ríos, lagos y vida”. Después de una pequeña ceremonia para pedir permiso a la Ñuke mapu (Madre tierra), comenzamos a recorrer este sendero que parte entre pomponales, para luego internarnos entre densos bosques de arrayanes, laureles, canelos, avellanos y cipreses, siempre acompañados de aves como el chucao y el rayadito. Cruzamos pequeños riachuelos y unas dos horas más allá llegamos hasta el lago Chakiwa, donde podemos apreciar este milagro del agua que nos había prometido Sandra.
Tras un almuerzo típico chilote, amenizado por cantos y música huilliche, seguimos conociendo la cultura, esta vez en la iglesia de Compu, templo del siglo XVII, que da cuenta de otra característica relevante: el sincretismo con la cultura católica. Al no ser un pueblo guerrero, la evangelización jesuita penetró de mayor manera y acá la fe católica se funde con la cosmovisión huilliche. Por ejemplo, las puertas de la iglesia están orientadas hacia el sol, el 21 de junio (We Tripantu) se celebra a San Juan con danzas en torno a la iglesia, y el Padre Nuestro y el Ave María lo rezan en lengua indígena.
Ya al atardecer es hora de dejar atrás la cultura huilliche y dedicarnos a ver aves en los humedales de Huildad y Oqueldán, cercanos a Compu, donde abundan los cisnes de cuello negro, chorlitos, zarapitos, gaviotas y patos. En pleno verano estos sitios están atestados de aves migratorias que se desplazan desde el hemisferio norte a estas tierras en busca de comida y mejor tiempo. Si no es muy fan de las aves, de todas formas el paisaje vale la pena, con vista a los volcanes Michimahuida, el Melimoyu, Chaitén y el Corcovado.
En 2003, cuando el biólogo marino de la Universidad Austral y fundador del Centro Ballena Azul, Rodrigo Hucke, publicó un paper llamado “Descubrimiento de una zona de alimentación y recuperación de las ballenas azules en el sur de Chile”, comenzó una inédita revolución en torno al golfo Corcovado. Todos querían ver al animal más grande del planeta y Quellón no se quedó al margen, los pescadores vieron una oportunidad y comenzaron a ofrecer salidas en sus lanchas para ver los cetáceos en las agitadas aguas del golfo. ¿Los resultados? Pasajeros mareados, frustrados y enojados, porque había un gran problema: las ballenas no aparecían. Y es que, claro, el golfo Corcovado es enorme, las ballenas se desplazan muy rápido y año a año cambian su localización dentro del golfo, así que verlas es casi milagroso para un turista que se sube a una lancha por un par de horas.
Es posible ver ballenas azules, jorobadas, sei y fin, pero no es el plato de fondo que ahora ofrece Quellón, sino que una eventualidad muy bien valorada y aplaudida. Lo que sí están ofreciendo son navegaciones de dos a ocho horas, para ver cetáceos menores (delfín austral y delfín chileno), aves marinas y pasar por sitios estratégicos donde sería posible ver a las gigantes. Para eso se están conformando una red de avistamientos, donde participan científicos, guías, pescadores y gente local, que informan de inmediato en qué punto el mar está regalando alguna sorpresa.
En nuestro caso realizamos el circuito más corto, a bordo de las embarcaciones de Ana María Jaramillo y su marido, Juan Chiguay (amjaramillobecker@yahoo.com). A sólo minutos de navegación saliendo desde Quellón visitamos Piedra Lile, un lugar de nidificación de cientos de cormoranes imperiales y donde se divisan también algunos “colados”, como gaviotas australes y playeros. Luego entramos por el canal Yelcho, para comenzar a sentir la fuerza del Corcovado que hace mecer las lanchas de inmediato y poner de color verdoso a más de algún pasajero. Siempre con la vista puesta en el horizonte, buscamos alguna señal de los cetáceos. De ballenas ni un soplo, pero no tardan en aparecer delfines australes nadando entre los botes, haciendo saltos y surfeando en la estela que van dejando las embarcaciones.
Luego tomamos el canal de Chaiguao, bordeando la isla Cailín, para desembarcar en esta isla de bosques nativos, playas de arenas claras y vistas privilegiadas para unas decenas de habitantes, la mayoría de ellos comunidades huilliches. Entre cordero al palo, ensaladas, conversaciones y largas caminatas por estos bosques y playas, se nos va la tarde, para luego volver a Quellón y despedirnos de forma perfecta del mar con nuevos saltos y piruetas. Aquí los delfines no defraudan.
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