Que el Parque Pumalín divide a Chile en dos pasó a ser, hace al menos seis años, una expresión a la vez literal y metafórica. Las 300 mil hectáreas de verde que se extienden entre Hornopirén y Chaitén, en la región con más lagos y volcanes de Chile, podría ser sólo la reserva natural privada más grande del mundo. Pero es también la más famosa, la más debatida y aquella que más costó estructurar en la forma que hoy presenta.
“¿A Pumalín? ¡Ah! Al parque de Tompkins…”, reaccionará (hice la prueba) el ciento por ciento de santiaguinos a quienes se les comenta la visita a la reserva natural que jamás pudo ni podrá ahorrarse su asociación con los polémicos antecedentes de su dueño, el millonario estadounidense Douglas Tompkins. La cosa no mejora mucho a mil kilómetros de la capital. “El parque de Tompkins” es, sucesivamente, “el colmo” para José, panadero de Puerto Montt convencido de la precariedad de la defensa chilena ante ataques progresivos de invasión imperialista; y “una pantalla para un negocio entre el gringo y el gobierno”, según Gladys, ama de casa de Chaitén, quien ya perdió la cuenta de la cantidad de ministros que asegura haber visto “merodeando” por su pueblo. Pablo, diseñador santiaguino de mochila al hombro, reconoce que su personal respeto por el empresario ha chocado con el fastidio que su nombre le produjo al chofer del auto que lo trajo hasta Chaitén. “El parque de Tompkins será en veinte años más cualquier cosa menos un parque. Piensa en Guantánamo”, cuenta Pablo que le lanzó el sujeto no identificado. “¿No crees que exagera?”, pregunto. “Sí, claro. Estar preso acá no sería ningún castigo”, responde.
Y en efecto, años de condena en Pumalín serían más bien un regalo. Los únicos que no quieren hablar de Tompkins son, precisamente, los paseantes que se reparten en su interior durante el día, y que tienen demasiado ocupada la cabeza intentando describir los bosques vírgenes, saltos de agua y cumbres montañosas como para gastar palabras en teorías conspirativas. A Pumalín se entra con curiosidad y, quizás, recelo; pero es seguro que se sale de allí con asombro.
Asombro ante la majestuosidad de su naturaleza, pero también ante su organización, sus medidas ecológicas, y su facilidad de acceso. Al parque se puede entrar cualquier día del año de manera gratuita, pero el recorrido completo en su interior supera las posibilidades físicas y geográficas de cualquier visitante. Creía que caminaba rápido hasta que medí lo que mis andanzas de un día completo representaron en el mapa total del parque: menos del cinco por ciento. Mejor no saber que un golpe de vista humano no es capaz de abarcar un ángulo mayor a los 130 grados. En Pumalín es mucho más lo que uno se pierde que lo que realmente logra ver. Si por delante se levanta un bosque de alerces milenarios, por detrás habrá unos picos nevados, ofreciéndose en plenitud como si no supieran que, además, debe uno atender las piscinas termales naturales, los senderos amenazados por animales insospechados, los ruidosos cursos de agua y un cielo que va del calipso al gris más tenebroso. Ahora que lo pienso, estar prisionero en esta selva verde sería una constatación cotidiana y cruel de la limitada libertad humana, en competencia insuperable con esta naturaleza que tiene aquí permiso para desatarse como siempre debió hacerlo: sin medida.
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La experiencia de Pumalín es, en lo más básico, una de caminata. Olvidan las guías de visita indicar que, junto a la chamarra impermeable, la comida preparada y los vinoculares, lo fundamental es contar con un par de piernas en forma. No se permiten vehículos de ningún tipo en su interior, y no hay más camino que los senderos de trekking, que pueden resultar exigentes para músculos sin experiencia. Aún no se han concretado los proyectos de caminos para cabalgata.
Lo bueno es que así uno conversa. Alex, británico, se había enamorado hacía dos semanas de la Patagonia argentina para cuando nos lo encontramos en Chaitén, el pueblo más cercano a la entrada sur de Pumalín. Recorre el parque con entusiasmo y asombro. “¡Es tan verde!”, repite. Lo del verdor es un motivo frecuente de admiración, sobre todo entre quienes creen que todo alrededor de la Patagonia será una estepa ganadera. Pumalín se aprovecha de la exuberancia que en esta zona de Chile concentra volcanes, lagos, ríos y bosques, como desplegando un muestrario de lo mejor de las tres regiones más australes del país. “Es como si aquí se hubiesen traído todo el verde que le robaron a la Patagonia”, comentó Alex con una figura falsa pero elocuente.
Hablamos mientras caminamos. Existen variaciones en la extensión y dureza de los senderos que ha establecido la administración del parque. El de los alerces (una hora; el más sencillo), por ejemplo, atraviesa bosques milenarios, aunque es imposible perderse: cientos de señales informativas van explicando detalles sobre esa especie de árboles autóctonos y su urgente conservación. El sendero Tronador exige 90 minutos de caminata ascendente (que incluye el paso por un impresionante puente colgante) hasta llegar a la base de un lago y, un poco más allá, un conjunto de saltos de agua que caen a gran volumen. Las tres horas de caminata por el sendero Cascadas Escondidas, en tanto, llevan al visitante por un bosque lluvioso (y de terreno muy resbaloso) que depara al final la sorpresa de la cascada más grande del parque.
Uno se cansa y luego vuelve a animarse. Si avanza un poco más, tendrá el premio mayor de las termas. Dentro del parque, se encuentran las de Cahuelmó, ubicadas en el fiordo del mismo nombre y accesibles sólo a través de una expedición organizada y por lancha. El baño en pozas naturales (1?500 pesos por persona; poco menos de tres dólares) en medio del verde inmenso relajaría hasta a un ejecutivo haciendo negocios a distancia por celular. Vimos uno: sonreía.
GIGANTES VULNERABLES
Me enamoré de un árbol por primera vez en Pumalín. Lo mismo le sucedió muchos años antes a Douglas Tompkins, y la historia sobre la creación de este parque es, de algún modo, la narración de su romance con los alerces. El origen del concepto de Pumalín no fue otro que elaborar un proyecto de preservación de esta milenaria especie, cuya protección ha sido en Chile asunto feble. Si bien su tala y comercialización está prohibida desde 1975 —un año más tarde, el alerce fue declarado “monumento nacional”— hasta hoy no cesan de conocerse historias sobre talas ilegales, pues la madera de alerce puede exportarse a muy altos precios a países como Japón. Hoy existen 40 mil hectáreas de alerces en reservas protegidas por el Estado chileno; la concentración mayor de las cuales está en el Parque del Alerce andino, en la Décima Región.
Es un árbol imponente, por su estatura real y simbólica (es el árbol sagrado del pueblo mapuche) y por el carácter categórico de una especie que se levanta en Chile desde mucho antes de la Conquista, el descubrimiento de América o el nacimiento de Cristo. Muchos tienen 3?600 años, suelen alcanzar los 70 metros de altura, y un ancho promedio de cuatro metros de diámetro. Son gigantes incomprendidos y vulnerables, a los que uno abraza para quedarse con algo de su sabiduría. Son chilenos antes de que Chile existiese.
Y son, también, el bastión más vistoso del aporte medioambiental concreto que Douglas Tompkins asegura estar haciendo en la zona. Los alerces son el mástil de apoyo para una bandera ecológica que nadie en Chile había hecho flamear de ese modo, y que, a los ojos de muchos habitantes de la zona, despliega sus colores de modo confuso. O tanto altruismo es sospechoso, o Tompkins defiende una forma de ecología profunda que no ha sabido explicarse bien a sí misma. El beneficio evidente de que el parque privado más grande del mundo sea gratuito y cuente hoy con protección estatal contrasta aquí con habitantes que confiaban en que un parque con administración extranjera representaría una explosión turística que nunca llegó del modo en el que esperaban.
José Mardones es dueño del almacén más grande de Chaitén. En un alto para comprar el café más caliente que pudimos encontrar a la redonda, nos explicó: “La oferta hotelera y de restaurantes sigue siendo sencilla alrededor del parque, porque Tompkins ha cuidado mucho que la zona siga exportándose como un lugar de aventura y exploración. Cualquier idea por ofrecer algo de mejor nivel jamás ha funcionado, porque Tompkins no quiere que funcione”.
Es una acusación discutible, pero que en expresiones más sencillas se repite entre quienes creen que está pendiente la masiva llegada de dólares a una zona de turismo sencillo. Hasta ahora, el esfuerzo de Douglas Tompkins por congraciarse con la comunidad cuya vida cambió para siempre ha sido a través de iniciativas complejas y de resultados no inmediatos.
En terrenos aledaños al parque, se observan huertos y pequeñas granjas de un orden diferente al de los pueblos cercanos. Son el resultado de uno de los propósitos iniciales de Douglas Tompkins por convertir esta zona en un área de autoabastecimiento que respete los principios del llamado “desarrollo sustentable”. Por eso, Tompkins entiende no usar fertilizantes ni pesticidas químicos, el uso de material reciclado y reciclable en todo lo vinculado a la labor administrativa, y en la distribución directa de los productos entre comerciantes de la zona. Se trata de una producción a escala moderada (no industrial) y, siempre, desarrollada por habitantes de la zona.
Los jefes a cargo son guardaparques (sin uniformes), como Rodrigo. Se mudó a Chaitén hace cinco años, y su primer trabajo en Pumalín fue el resguardo de la entrada Sur. Hoy administra un huerto de una hectárea que entrega vigorosas lechugas y pepinos orgánicos, y que contiene un pequeño galpón donde se empacan quesos de la zona. En proyectos similares se encuentran animales y artesanía en lana.
“Yo algo sabía de cultivo de verduras, pero acá nos hicieron un curso para aprender sobre los efectos negativos de los pesticidas, y el uso más racional del agua”, cuenta. Rodrigo es parte de un engranaje mayor vinculado al sentido profundo de reforma que ha tenido Pumalín para la comunidad de esta zona, y que, sin ahorrarse polémica, ha pretendido instaurar un modo nuevo de relacionarse cotidianamente con el entorno. Rodrigo lo agradece, pero reconoce que compañeros suyos quieren más: “La producción aquí es pequeña, no es la idea distribuir hasta Santiago. Si se contratara más gente, yo creo que se podría tener aquí una pequeña fábrica, pero no estamos autorizados para algo así todavía”.
Si bien se trata de un parque privado, en diversas entrevistas Douglas Tompkins ha pedido que se le interprete como un proyecto “compartido con la comunidad”, orientado a la preservación de tierras vírgenes y biodiversidad. Pumalín, sin embargo, es todavía una organización vertical. Las técnicas de trabajo son importadas de experimentos similares llevados a cabo en Estados Unidos (Tompkins trabaja codo a codo en Pumalín con su esposa, la también norteamericana Kristine McDivitt). El senador Antonio Horvath, quizás el crítico de Tompkins más feroz a los ojos públicos, ha advertido: “Pumalín es un proyecto en marcha. Sus beneficios están pendientes. No podemos todavía aplaudir algo que tiene en deuda los resultados de algo que todavía la zona vive como un experimento”.
CABAÑAS, CARPAS IMPERMEABLES O PASEOS CORTOSA
¿Cómo hospedarse en un parque de límites inabarcables y en el que no pueden circular vehículos? Al igual que la comida, el alojamiento no es un tema sencillo de resolver en el interior de Pumalín, por lo que la mayoría de los visitantes optan por realizar paseos por el día para luego buscar hospedaje en los pueblos aledaños. Fue nuestro caso, con unos días de descanso en Chaitén, en casas particulares que cobran alrededor de diez dólares por una pieza con desayuno incluido. Cuando se ha caminado diez horas por un campo infinito, una cama en una recámara caliente es todo lo que el cuerpo necesita para sentirse en un cinco estrellas.
También se puede acampar, para lo cual el parque ofrece vastos y cómodos terrenos. Se exige contar con equipos resistentes a la lluvia y un polietileno adicional para cubrir la carpa. El clima de este sector es impredecible y rudo, y cobra caras las imprevisiones. Dependiendo del sector que se escoja, uno puede acampar gratis, o pagar hasta dos mil pesos (4 dólares) por persona.
Además Pumalín cuenta en su interior con siete cabañas para huéspedes. Como todas las construcciones del sector de Caleta Gonzalo, éstas fueron realizadas por Edward Rojas, un destacado arquitecto chileno que ha construido varios de los mejores hoteles de Chiloé, y que aquí respetó las líneas arquitectónicas tradicionales del sur de Chile (maderas nativas y tejas, por ejemplo). Es ese tipo de construcción que a uno la hace sentirse bien. Cuentan con una vista imponente al fiordo Reñihué, y calefacción individual. Son construcciones de un solo espacio, con baño privado pero sin cocina. Alojan a un máximo de cinco personas y sus precios varían entre los 50 mil y los 90 mil pesos (de 100 a 179 dólares), dependiendo de la cantidad de camas.
La mayoría de los visitantes a Pumalín son viajeros que se encuentran en un periodo de exploración de largo aliento por el sur de Chile. Por ello, existe una atractiva oferta de paseos a lugares aledaños al parque, como la lobería de Caleta Gonzalo, el fiordo Reñihué —estupenda excusa para subirse a un kayak (de mar), lancha chilota o yate— y varias termas cercanas. En una isla con el mismo nombre, se encuentran las termas de Llancahué (20 minutos en lancha desde Hornopirén), con dos piscinas de aguas termales y algunos baños privados. Al fondo del fiordo Comau, se encuentran las termas de Porcelana, de propiedad privada pero sin problemas para una visita pagada. Por último, las termas de Amarillo, 20 kilómetros al este de Chaitén (en el sector de campamento más amplio de la zona), ofrecen un estupendo final de viaje si se quiere seguir rumbo al extremo sur.
Aunque Pumalín es una extensión con límites propios, su territorio es superior en tamaño a varios países europeos, así que ninguna visita, por corta o larga que sea, debe hacerlo sentir que no fue suficiente. Dicho de otro modo, en este reino de monarca misterioso, o república con líder autoritario, nunca nada es suficiente.
15 AÑOS DE POLÉMICA Y UN REGALO SIN PRECEDENTES
En 1961, Douglas Tompkins visitó por primera vez el sur de Chile. Volvió luego varias veces, a medida que se acrecentaba su fortuna en Estados Unidos, más que nada por las ganancias de su tienda de ropa Esprit de Corp., que vendió en 1990, tras haber desarrollado la también famosa The North Face. Su idea de reservar una gran extensión de terreno para la conservación comenzó a concretarse en 1991, cuando Tompkins compró una finca llamada Reñihué que ocupaba 17 mil hectáreas de la provincia de Palena (X Región). Con dinero suficiente a su disposición, fue poco a poco anexándole terrenos aledaños. Cuando superó las cien mil hectáreas propias, el asunto motivó un debate a nivel de gobierno, por lo que algunos consideraban era un proyecto de ecología extrema que ponía en riesgo la soberanía chilena. Tras infinitas visitas a Santiago, reuniones con autoridades, y entrevistas de prensa, en agosto del año pasado se concretó lo que durante tanto tiempo Tompkins prometió y muchos creyeron que nunca haría: la donación del total de 300 mil hectáreas adquiridas por él hasta entonces al Estado de Chile. Desde entonces, el Parque Pumalín es un Santuario de la Naturaleza con reconocimiento oficial; con administración privada (la Fundación Pumalín) y la prohibición expresa de realizar trabajos de construcción, excavación, o explotación de cualquier tipo con fines de lucro. El parque no recibe financiamiento estatal. Ésta y otra información puede encontrarse en un sitio web bilingüe (www.pumalinpark.org) y en la oficina administrativa del parque, ubicada en la ciudad de Puerto Montt (calle Buin 365; T. 56 (65) 250 079; F. 56 (65) 255 145).
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