A lo largo del contorno sur-poniente de la costa chilena, existe una extensa y remota franja de islas deshabitadas, agudas montañas y abruptos acantilados de granito que forman un escabroso encaje de canales y fiordos azotados por el viento.
Practicamente inaccesible por tierra, este accidentado paisaje Patagónico ofrece toda su belleza a quienes lo visitan y aprecian desde el mar. Y para ello, la mejor alternativa la constituyen los multifuncionales ferries de Navimag, que son a la vez hotel flotante, transportador de carga y línea de comunicación para los habitantes locales.
La experiencia Navimag
Grupos de jóvenes viajeros se reúnen en el bar en la cubierta superior, mientras que las familias y parejas mayores juegan a las cartas. Otros admiran los magníficos paisajes desde las cubiertas, o se refugian del viento en el puente del buque junto al capitán y la tripulación. Las cabinas son relativamente pequeñas pero muy cómodas. Los baños, tanto los privados como los compartidos, cuentan con abundante agua caliente. En el comedor-cafetería, la comida es servida en régimen todo-incluido. El menú que se ofrece es sencillo pero sabroso y las porciones son generosas.
Todo esto es parte de lo que nos gusta llamar “la experiencia Navimag” que se ha convertido en una parada obligada de las rutas turísticas por el Cono Sur.
A bordo, los guías dan charlas sobre la flora, la fauna y la geología de la región para que los pasajeros puedan apreciar plenamente el paisaje circundante y disfruten al máximo del viaje, que trascurre bajo condiciones climáticas que van cambiando constantemente. Los Guías han recibido capacitación de parte de la Comisión Forestal Nacional (Conaf) y aprovechan la travesía para recoger datos científicos que son remitidos a universidades y centros de investigación en Chile, EE.UU. y el Reino Unido.
Aguas remotas y milenarios glaciares
Atravesando los límites occidentales del vasto e inaccesible Parque Nacional Bernardo O’Higgins, la ruta Fiordos Patagónicos de Navimag lleva a los pasajeros a algunos de los más recónditos rincones de esta mágica región, más allá de las montañas nevadas y bosques nativos de hoja perenne que resisten el ataque brutal del viento.
El tercer día, el ferry llega a la remota localidad de Puerto Edén, donde todavía viven los últimos descendientes de la comunidad indígena Kawesqar. Los 120 residentes de Puerto Edén viven en un conjunto de casas de madera que rodea la pequeña y helada bahía, conectados sólo por elevadas pasarelas de madera, resbaladizas a causa de la lluvia que cae casi todos los días del año.
El ferry Navimag es el único medio de transporte para llegar o salir de Puerto Edén. Si el tiempo lo permite, los pasajeros desembarcarán aquí por más o menos una hora. En Puerto Edén, algunos nuevos pasajeros se unen a la travesía que prosigue hacia el norte o el sur, en dirección a las ciudades de Puerto Montt o Puerto Natales.
Más tarde ese mismo día, el transbordador llega al glaciar Pío XI, el más grande del hemisferio sur y uno de los pocos en el mundo que sigue avanzando. Con seis kilómetros de ancho, 80 metros de altura y 64 kilómetros de largo, la magnitud de este glaciar sólo se puede apreciar en persona. Durante la lenta aproximación de la nave al glaciar (unos 40 minutos), la enorme plataforma de hielo azul aparece a la vista, revelando gradualmente sus misterios.
El mal tiempo es parte del carácter impredecible y misterioso de esta región. Las mañanas de densa y oscura niebla ceden el paso a un sol brillante, a fuertes y helados vientos, y a repentinos chubascos. Desde la bruma surge repentinamente la plena luz del sol, revelando masas de hielo y grises acantilados, sólo para desaparecer nuevamente tras el próximo banco de nubes.
Pero cuando el viento amaina e irrumpe el sol, los asombrados pasajeros se congregan en la cubierta, viendo pasar las islas color esmeralda y las cascadas del deshielo bajando por las laderas, como inquietas cintas de luz. Tallada hace milenios por el impetuoso avance de los glaciares, esta región es uno de los eternos tesoros de Chile.
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