Patagonia chilena, una travesía por el fin del mundo

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Cuántas veces me habían dicho que me fuera a la Patagonia y no había hecho caso. Y bueno, aquí estoy, en Punta Arenas, en el fin del mundo, como le llaman a este puerto a orillas del estrecho de Magallanes, en la Patagonia chilena.

Volé 9 horas desde Bogotá, con escalas en tres aeropuertos, divisando el amanecer en nevados, fiordos y lagos, para aterrizar en la última población en el sur de tierra firme del continente. De aquí para abajo solo hay islas y hielo hasta el corazón de la Antártica. Apenas abren las puertas del Airbus A320 se siente el aliento de una nevera. Hace unos 6 grados centígrados y corre un viento suave que puede llegar a los 100 kilómetros.

Antes de salir, los pasajeros nos embutimos en chaquetas, bufandas, gorros y guantes, pero el aeropuerto es tibio, como las casas y hoteles, gracias a la calefacción del gas que sale de sus pozos. Al salir con mi morral entro a un mundo nuevo, congelado en el tiempo, de casas azules y rosas, de barcos de madera y hierro que flotan en las aguas heladas del estrecho de Magallanes (ruta entre el Atlántico y el Pacífico), que parece un lago sin orillas. Paso por la avenida Costanera y se ve el hotel Dreams, de espejos, a un lado la plaza de Armas, y restaurantes donde ofrecen cordero patagónico.

Al día siguiente aparecen en la ventana del hotel un amanecer violeta y las montañas de nieve, donde se puede esquiar mirando el mar. Me dicen que la curvatura de la Tierra da colores únicos en esta región, y no parece cuento.

Hay decenas de planes. Parto en un barco por el estrecho de Magallanes, con un grupo de periodistas, hacia la gran isla de Tierra del Fuego, que comparten Chile y Argentina. Al fondo se ven los nevados y aparecen entre la estela del barco unos leones marinos.

Llegamos a Porvenir, un pequeño pueblo de 5.000 habitantes, criadores de ovejas, donde se pueden conocer yacimientos de oro y petróleo. Todo es tranquilo. Pasará un carro por la calle principal cada hora. En el club Croata, la colonia extranjera más grande de la región, se puede comer salmón fresco y palta (aguacate) con centolla (cangrejo gigante), y tomar vino.

Tras visitar el museo donde tienen desde vestigios de los indígenas selk’nams hasta un esqueleto de un elefante marino, en la tarde volvemos en el barco a Punta Arenas y luego viajamos en un bus 246 kilómetros a Puerto Natales.

Ya de noche pisamos este pueblo turístico, donde los conquistadores llegaron perdidos, buscando rutas entre los dos océanos, y que bautizaron como la Última Esperanza. El hotel Costaustralis es mi refugio, tengo vista a un lago, donde nada parece moverse. Siempre está, cual pintura, el barco con una gaviota en su proa.

En el centro de Puerto Natales están su edificio más alto, de tres pisos; su iglesia de madera, la tienda de chocolates y tés, el museo con lanzas indígenas y un milodón de madera, una plaza de artesanías y el bar de Ruperto, con cerveza artesanal y karaoke.

Al día siguiente, partimos en bus al parque Torres del Paine, de 242.000 hectáreas y declarado en 1978 Reserva de la Biosfera por la Unesco. Luego de dos horas llegamos a la entrada, al lado de una cascada. Se ven cóndores planeando; en las praderas corren cientos de ovejas, ñandús, que parecen avestruces, y guanacos. También, flamencos rosados. Ese es el plan, observar.

De pronto, las nubes se abren y aparecen los picos que llegan a los 3.050 metros. Ahí están los cuernos del Paine, todavía con nieve. En medio hay refugios y campamentos. Recorrer el parque por sus 93 kilómetros de senderos toma 7 días, pero se pueden escoger rutas más cortas.

Nos detenemos cerca del glaciar Gray, donde hay un hotel del mismo nombre. El almuerzo es salmón y pisco calafate (fruta de la región). Desde el lago Gray se ven las montañas de hielo azules flotantes, mientras en sus aguas los cristales de hielo tocan una sinfonía cuando chocan.

Ya en la tarde, bajo una lluvia, regresamos en bus a Puerto Natales. Nos movemos entre las montañas de nieve y lagos. Tras una hora de viaje volvemos a sus calles solitarias. Amanece y desde la ventana se ven el mismo barco y la gaviota. Volver del fin del mundo es difícil. Se cierra la puerta del avión y miro por la ventana el atardecer rojo patagónico y pienso: el paraíso es de hielo.

Los guanacos se pueden observar libres en el parque.
Esta región es propicia para practicar deportes náuticos.
Vista del Hotel Río Serrano, en los alrededores del Parque Natural Torres del Paine, donde se puede practicar pesca deportiva y hacer caminatas, cabalgatas y canotaje. Fotos: cortesía Hotel Río Serrano.

Cómo llegar  y dónde dormir

Los colombianos no necesitan visa para ir a Chile, solo se ingresa con el pasaporte.

Cómo llegar: para ir a Punta Arenas vía aérea se debe hacer escala en Santiago, a donde tienen vuelos directos Avianca y LAN. En LAN se puede conseguir el trayecto por cerca de $ 1’500.000 (ida y vuelta).

Dónde dormir: para alojarse hay desde un hostal de 40 dólares hasta los hoteles lujosos, de 400 dólares la noche. En verano, como en esta época, la temperatura llega a los 10 grados centígrados.

Posteado en: http://www.eltiempo.com

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