La selva valdiviana es un destino en alza. De eso son testigos los habitantes de Chaihuín, localidad costera ubicada a 30 km al sur de Corral: según sus estimaciones, si durante enero y febrero de 2012 llegaron unos 5.000 turistas, este verano la cifra se empinó por sobre los 6.500.
¿Qué atrae a este número creciente de visitantes? La posibilidad de adentrarse en un bosque de árboles esbeltos con copas que se alzan como queriendo tocar el cielo, alerces milenarios y copihues. La selva valdiviana, rica en flora y fauna endémica, es considerada como uno de los 34 lugares más ricos en biodiversidad en el mundo por Conservation International. Una experiencia que en otoño se completa con las gotas de lluvia, la humedad y el verde intenso de este bosque y los copihues.
Chaihuín es la puerta de entrada a un lugar donde se puede conocer el pasado, presente y futuro de este tesoro natural: la Reserva Costera Valdiviana, un predio privado de 50 mil hectáreas de extensión ubicado en la falda occidental de la cordillera de la Costa, creado en 2003 por la organización norteamericana The Natural Conservancy (TNC). El caserío está ubicado en torno a la desembocadura del río del mismo nombre. Cruzando el puente, se encuentra el único kiosco del lugar. Su oferta es limitada: agua embotellada, papas fritas de bolsa, sopaipillas (sin zapallo) y huevos duros. Un dato para tener en cuenta e ir preparado.
Al frente, se encuentra la entrada a la reserva. Aquí nos recibe Juan Carreño Antillanca, uno de los lugareños que trabaja como guía en la reserva junto a su primo, José Antillanca. El primer destino al interior del predio es el sendero de Los Alerces y para conocerlo es obligación ir con un guía, el cual puede facilitar su camioneta si es necesario. Y es que para llegar al inicio del sendero hay que remontar cerro arriba un antiguo camino maderero, que se inicia con una barrera asegurada con candado.
Internarse en el bosque
Catorce kilómetros más arriba, en un sector conocido como Máquina Quemada, se encuentra el inicio del sendero de Los Alerces. Se trata un recorrido de alrededor de tres kilómetros que se hace a pie, a través del cual es posible adentrarse en lo profundo de la selva valdiviana. Los visitantes se internan en un bosque de árboles de troncos delgados y altos, coronados por copas más altas aún. Son lengas, tepas, coihues, lumas y arrayanes. Estas dos últimas especies se pueden distinguir porque, a diferencia del resto, no tienen musgos en su tronco. Según explica Juan, esto se debe a que la luma y el arrayán renuevan constantemente su corteza, lo que impide la instalación de estos organismos.
El sendero avanza sinuoso a través del bosque, cuya atmósfera austral es completada por el característico canto del chucao. Un ecosistema que es el hogar de aves australes como el rayadito y el cometocino, además de especies vegetales como el laurel del monte, un arbusto con un aroma fresco, similar al de la albahaca.
Sin embargo, una de las principales atracciones es el copihue. La flor nacional habita en bosques húmedos como este, donde el visitante puede confundirla con el coicopihue, una especie similar pero de hojas más pequeñas y no tan rojas. “Los copihues aparecen en otoño. En marzo empiezan a florecer y en abril y mayo llegan a su peak”, cuenta Solange Zamorano, coordinadora de guardaparques de la Reserva Costera Valdiviana.
De pronto, la huella comienza a bajar hacia una hondonada. La espesura del bosque impide ver lo que sorpresivamente se revelará a los ojos de los visitantes. Se trata del tesoro más apreciado de este parque: el alerce abuelo, de dos mil a tres mil años de edad. El más antiguo de la región junto a otro ubicado en el vecino Parque Nacional Alerce Costero.
El diámetro del tronco de estos árboles crece apenas un milímetro por año, pero este ejemplar es tan veterano que nueve personas deben tomarse de la mano para poder rodearlo con sus brazos completamente extendidos. Tan alto, que es imposible observar el final de su copa.
– ¿Y qué les pareció? -pregunta Juan con cierto aire de satisfacción.
– Parecen árboles de película… -responde un matrimonio de alrededor de 50 años, mientras ambos miran hacia el cielo, intentando observar dónde termina el árbol.
De hecho, la estampa de este alerce abuelo recuerda a los Ents, los árboles animados que en el segundo episodio de El Señor de los Anillos marchan contra Saruman, el antagonista de la saga. Más adelante, la experiencia se completa con un bosquete compuesto por 35 alerces de alrededor de 1.500 años de antigüedad que envuelve al visitante.
“Para alguien que viene de España, en donde los bosques han sido talados y vueltos a plantar tantas veces a lo largo de tantos siglos, resulta impresionante encontrarse con árboles milenarios que ya estaban ahí mucho antes de la Conquista”, comenta Joaquim Playa, un catalán que se encuentra recorriendo Chile durante tres meses.
Más que alerces
Pero la reserva no se agota en este bosque. Desde la portería es posible recorrer otros hitos costeros como los Colmillos de Chaihuín, ubicados a apenas mil metros de la entrada a la reserva. Un camino que está señalizado y que se puede hacer fácilmente a pie, sin la obligación de ir acompañado de un guía.
Su principal atractivo son los colmillos, dos rocas puntiagudas que emergen del mar frente a la costa. Además, en sus cercanías es posible avistar nutrias, patos yecos y delfines australes.
Pero si se quiere observar la fauna marina en todo su esplendor, un imperdible es la zona de Huiro, ubicada siete kilómetros al sur de Chaihuín. A menos que cuente con mucho tiempo y energía para caminar, los guardaparques recomiendan tener transporte particular para recorrer este tramo.
En este lugar se encuentra la lobería de Huiro, donde se puede observar a cientos de lobos marinos reposando sobre los roqueríos. Además, entre febrero y abril es un lugar ideal para la observación de ballenas azules, jorobadas y orcas. Sin embargo, su aparición no está asegurada y hay que tener un poco de fortuna, pues en décadas pasadas estas poblaciones marinas fueron exterminadas por una ballenera ubicada en Corral. “Las ballenas nos están perdonando y están volviendo a aparecer”, reflexiona Solange Zamorano.
Más al sur, en la zona de Colún, el panorama cambia y el bosque de olivillo se funde con las arenas de las dunas ubicadas en esta zona. “El camino no está bueno y hay que llegar en auto con doble tracción”, advierte Solange. El atractivo escénico se completa con dos lagunas gemelas ubicadas en paralelo a la costa, las cuales se pueden observar desde un mirador al que se accede por un sendero autoguiado.
Pero el atractivo de Colún no sólo son sus postales, sino también los tesoros arqueológicos que alberga y que recuerdan la presencia del pueblo huilliche en el pasado. A los pies de las dunas es posible encontrar conchales y restos de alfarería. Junto a ellas, se halla la cueva de las Vulvas, que alberga en sus paredes petroglifos e inscripciones realizadas por los antiguos habitantes de la zona.
Devolviéndole la mano al bosque
Antes de pertenecer a TNC, los terrenos de la reserva fueron propiedad de Forestal Terranova, la cual reemplazó el bosque nativo por eucaliptus. A mitad del camino entre la portería y el sendero Los Alerces, es posible observar cómo se intenta reescribir esta historia.
De telón de fondo, se encuentra la desembocadura del río Chaihuín y el Océano Pacífico. Más cerca se observa algunas lomas desnudas. Juan Carreño cuenta que en estos lugares se está “cultivando” la recuperación del bosque arrasado. TNC, junto a la U.Austral y la comunidad local, está desarrollando un programa para retirar los eucaliptus y reemplazarlos por especies nativas como canelos, coihues y arrayanes.
Se trata de un proyecto pionero de restauración ambiental.
Escrito por Alexis de Ponson
Posteado en: http://www.latercera.cl