El Parque Nacional Laguna San Rafael es mucho más que su muy famoso glaciar. Con cuatro kayaks y seis días de navegación se pueden recorrer los ríos, fiordos y paisajes que la soledad y el hielo han preservado casi intactos y que sólo un puñado de aventureros ha visto realmente. Ésta es la historia de una travesía al lado menos conocido de uno de los más conocidos hitos clásicos del turismo nacional.
Si mañana no llueve va a estar bueno, decían, pero al día siguiente amaneció lloviendo. Arrastrando cuatro kayaks en un remolque, la camioneta surcaba al amanecer el camino hasta un puente que no existe. En plena Región de Aysén, a 75 kilómetros de Puerto Tranquilo, recorriendo una huella pensada en 1943 que pretendía unir el mar de los fiordos con la vista interior de los plácidos poblados que se sitúan a orillas del lago General Carrera, las nuevas máquinas que han decidido terminar la obra esperan en un barrial viendo pasar el río que corta la ruta. «Está dinámico», nos preparaba Rolando Toledo la noche anterior refiriéndose al clima. Días atrás, nos escribía: «El tiempo está que se nos rompe el cielo de lluvia».
La expedición era guiada por Toledo y Michel Vidal, dos remadores experimentados que pueden bajar el río Baker mirando las líneas de su mano. En los otros kayaks, cargaban sus equipos el empresario Alberto Bitrán y el director de televisión Claudio Magallanes, dos aficionados a los remos con roles fundamentales: mientras Magallanes registraría el nuevo producto que Aguahielo Expediciones está incorporando a sus travesías extremas, el dueño de Fukai Sushi Bar contaba con la buena pesca para sorprendernos una noche con sushi a la intemperie.
-Accesibilidad, Balance, Compresión, Distribución -me repetía Toledo en mi calidad de principiante. Con el traje de neopreno ya humedecido por la llovizna, repetía el abecé de la estibación tratando de recordar si había guardado la bencina blanca cerca de la comida. Las seis jornadas que nos esperaban requerían un control total sobre cada cosa que pudiera ser necesaria. El espacio acotado de los estancos, sumado a la soledad de un trayecto por los fiordos patagónicos que no reciben más que la visita ocasional de los catamaranes que se dirigen a la laguna San Rafael, presentaba un primer desafío logístico importante tratando de suponer qué haría falta en una expedición donde a merced de vientos y mareas, corrientes y témpanos de hielo, lo impredecible es parte del programa.
Be water, my friend
«No existe el mal clima, ¿sabes? Existen las personas mal vestidas». Entumecido me arrimaba al fuego de una cocinilla tratando de no estar quieto. Bastó que nos subiéramos a los kayaks para que arreciara la brisa y la llovizna terminara en lluvia. Pasado el mediodía, en la confluencia del río Exploradores con el río Oscuro y el río Teresa, los cuatro kayaks se dejaban ir por la corriente en busca del delta que desagua en la bahía Exploradores. De ahí en más, los fiordos acompañarían el viaje de 85 kilómetros hasta la imponente pared del glaciar San Rafael, remando atento a las mareas. Ya empapados, en la primera escala del trayecto, Rolando me sugería que por ser primera vez era mejor que yo remara en tándem con él.
A poco más de cuatro horas de iniciada la experiencia, con los anteojos empañados de tanto esperar a que Magallanes hiciera su trabajo -en su perfeccionismo, el realizador y fundador de Outdoors TV podía llegar a usar 8 lentes para capturar el instante de una cascada-, dejábamos atrás los bosques que colgaban sobre la orilla para remar por los canales de un humedal que despejó la lluvia y nos abrió el paisaje: la marea bajaba, y aprovechábamos su retirada para alejarnos con ella.
El movimiento permanente de los remos, avanzando a la velocidad de una caminata:
Si los ríos y los mares reinan sobre todos los arroyos es porque se mantienen siempre en lugares más bajos que ellos.
La sabiduría natural de la antigüedad recogida en el Libro del Tao era complementada por Rolando en palabras de Bruce Lee a la hora de corregir mi escasa técnica en el remo: «Sé el agua, amigo mío».
Los cuatro kayaks dejaban atrás el río y avanzaban a favor de la corriente con el atardecer recortado entre las nubes. Cruzando la Bahía Exploradores, el mar contenido entre los fiordos se presentaba calmo y tranquilo.
-Hay que apuntar hacia esa punta -me indicaba Toledo, pero yo sólo remaba. Él llevaba los pedales del timón. Los kayaks para este tipo de travesía cuentan con esa guía para orientar el rumbo. Preocupado, Rolando esperaba que la playa donde acamparíamos estuviera limpia. En uno de sus viajes anteriores, la orilla de la Punta Entrada apareció transformada en un basurero industrial, con los desechos presuntamente varados de una salmonera instalada en la cercanía. El paisaje, dinámico como el clima, nos acercaba al paso con buena luz. Bitrán, deslumbrado, remaba a buen tranco en solitario. Rolando se cercioró de que Michel apurara a Magallanes y siguió remando. Al llegar, la playa estaba limpia. Tras la multa, habían sacado los desechos; ahora estaban repartidos en el bosque.
Algo inesperado
Tres capas, un par de calcetines y no mucho más. En una bolsa seca con capacidad para 7 litros debe caber toda la ropa necesaria para 6 días de agua. Instaladas las carpas, cruzando los dedos ya no de frío sino para que no se largara a llover al sacar la escasa ropa seca para el viaje, la idea obvia de una fogata para secar los trajes fue descartada por Michel, quien impasible cortaba zanahorias a la luz de una linterna y sin sacarse todavía el salvavidas.
-Estimado, estamos en un parque. Y sólo el señor Bitrán es extranjero; los demás nos vamos presos si se provoca un incendio.
En efecto: Alberto Bitrán era de padres chilenos, pero nació en Estados Unidos, y entre idas y vueltas terminó radicado aquí. Con Aguahielo Expediciones había bajado el Baker y un intento de expedición al glaciar Jorge Montt. A Magallanes no lo conocía, yo tampoco -a ninguno-, pero Magallanes con Rolando y Michel también habían viajado antes y el resultado de sus videos lo convocaba para que hiciera un registro de la travesía.
-La gente cuando habla del Parque Laguna San Rafael sólo piensa en el glaciar, pero es enorme. Muy pocos lo conocen. Si vas en el catamarán o en los barcos, estás tres horas y listo. En cambio así tú lo conoces.
Así, en carpa y a remo, las próximas jornadas asomaban intensas. Magallanes aseguraba que lo inesperado y lo incierto era un elemento fundamental del atractivo del programa. La idea de las noches sin fogata, por de pronto, era sorpresiva. Pero a las siete de la mañana, cuando hubo que ponerse de nuevo los trajes húmedos, la idea de no hacer fuego por las noches era realmente insufrible.
Van a tener buen clima
Despertamos con las gaviotas aunque Magallanes aseguraba que por mis ronquidos. Como sea, en un viaje con desconocidos es bueno dejar en claro quien roncaba en la carpa. Tras el martirio de ponerse los trajes, echamos los kayaks al agua y dejamos atrás el paso enfilando bajo un cielo cubierto y sin chubascos a la costa continental del golfo Elefantes.
-Está planchadito -celebraba Rolando refiriéndose al mar. Siguiendo el borde de una pared de roca interminable, cubierta por helechos y bosques nativos atravesados por cascadas, costeamos la cadena de montañas que sostienen a sus espaldas los Campos de Hielo Norte. Esta vez responsable del timón, me encargaba de que Magallanes pudiera hacer sus tomas mientras remaba cada vez con más destreza, acercándonos a la orilla para aprovechar la sombra de los árboles ya que de pronto había salido el sol.
La mañana estaba despejada y el clima daba para apostar por quién se atrevería a bañarse entre los témpanos de la laguna. Echando mano a la ración de marcha -una bolsa seca más pequeña con barras de avena, galletas, chocolates, frutas secas y dátiles que cada uno tenía para administrar hasta la última jornada-, almorzamos en una playa de piedras que iba creciendo a medida que bajaba la marea. Mientras secábamos los trajes al sol, Rolando volvió del bosque con hojas de apio silvestre para agregarles a los sandwichs, ingrediente que Bitrán consideró interesante para un nuevo roll de su restaurant.
Por la tarde, el clima dinámico se mantuvo inalterable al igual que nuestro rumbo. El trayecto respondía a un diagrama que Rolando había aprendido como instructor en Outward Bound, una organización internacional que ofrece educación y cursos de liderazgo a través de experiencias outdoor. Este gráfico consistía en evaluar dos variables a la hora de tomar una decisión: la Probabilidad y la Consecuencia. En el caso puntual de nuestro itinerario, el escenario era el siguiente: podíamos cruzar el Estero Elefante directamente, remando menos hasta el destino; la probabilidad de que se complicara -que se levantara viento, lluvia y/o/u oleaje- tal vez, no era mucha, pero las consecuencias si eso pasaba -Rolando lo sabía por un kayakero experto que lo había hecho- podían ser nefastas. Así que en cambio optamos por costear la costa continental, obligados a encontrarnos con la salmonera Cupquelan.
-Van a tener buen clima hasta la laguna -nos aseguraron desde la lancha que salió a grabarnos, quizás porque reconocieron a quien había hecho la denuncia que les implicó la multa.
Tras cruzar el estero Elefante, suerte de calle principal para la navegación entre los fiordos y canales cuando al norte se transforma en el canal Moraleda, la lenta pero eficaz crecida de la marea nos impulsó hacia la Punta Quesahuen, alivianándonos el paso en un día que el sol había hecho extenuante. A una hora del destino, con el mar reflejando el cielo como un espejo, bajamos en un istmo de rocas y cuevas que en unas horas desaparecería bajo el agua. Con el mar reflejando el cielo con la tranquilidad de un espejo, Magallanes y Bitrán se dedicaron a la fotografía, mientras con Michel veíamos cómo Rolando se las arreglaba para sacar lapas de las pozas con su mano. Tras su faena, con otro nuevo ingrediente para el sushi, volvimos a subir a los kayaks.
Fantasmas
Rolando gritaba, pero nadie respondía. Aunque la casa echaba humo por el caño, el lugar parecía deshabitado. Esperamos flotando cerca, en una pequeña bahía protegida por dos islas; salvo la casa, un galpón gris y los restos de la cabina de un viejo lanchón de madera. Los ladridos del perro fueron escuchados antes que la puerta. Mientras Rolando golpeaba entumido, don Romilio asomó por la ventana para ver quién era.
-¡Colo Colo empató 2 a 2 sobre la hora! -nos gritó después recibiéndonos en la orilla.
Descargamos los kayaks y nos instalamos en el galpón. El cielo se cerró de golpe y se levantó un amenazante viento del sur. A medida que oscurecía, fuimos llegando de uno en uno alrededor de la estufa que don Romilio mantenía encendida desde que despertaba.
-¿Y cómo se llama el perro?
-¡Mono!
Don Romilio no escucha bien. Tiene 63 años y hay que hablarle fuerte. Por lo demás, no escucha a nadie, salvo una radio a pilas que mantiene sintonizada. Desde hace 13 años cuida una propiedad que nadie visita. Vive aislado como un ermitaño. Recibe víveres cada cuatro meses, cuando entra la lancha, y a veces la visita de algún navegante.
-A unos españoles que pasaron se les levantó el surazo: pensé que no llegaban.
La radio transmitía simultáneamente Cooperativa, radio Santa María y una emisora argentina, por lo que al toque de gong se escuchaba que mañana iba la lancha a Quitralco para celebrar el triunfo de Central Norte de Salta contra Atlético Independiente de Neuquén. Las paredes de madera estaban animadas con recortes de diarios y revistas que en la penumbra del fuego parecían estar vivas: Kate Moss, Jennifer Lopez, la selección chilena de Bielsa. Sobre cartones, don Romilio había escrito su nombre completo, varias veces, acaso para no olvidarlo en su soledad o tal vez, como temía Rolando, por si un día llegaba alguien y lo encontraba muerto. Abigarrados junto a la estufa, tomamos mate y vino de una bota esperando que Michel cocinara un estofado de carne ahumada. Don Romilio nos contó la historia de su gato que murió atacado por un visón, criticó a Borghi por taimado y lamentó la muerte de Sergio Livingstone.
-Lloré cuando se fueron -recordó cuando lo visitaron unos mexicanos.
Al día siguiente había que madrugar, pues había que llegar al río Témpano cuando subiera la marea y todavía estábamos a cinco horas. Escuchando la lluvia en el galpón, agradecíamos a don Romilio por dejarnos secar los trajes en su estufa. A las 6:00 de la mañana cargábamos de nuevo los kayaks para bajar otra vez al agua. Romilio se despidió desde la orilla. Nosotros, como fantasmas, desaparecimos en la neblina.
Probabilidad y consecuencia
El paisaje, para nadie. Durante toda la mañana remamos solos bajo un cielo gris, por el centro de los fiordos; el mar en calma chicha otra vez nos dejaba atravesarlo sin necesidad de ir costeando por la orilla. A lo lejos, la vista despejada del glaciar Guala adelantaba que nos acercábamos a zona de hielos. Sin embargo, al llegar a Punta Leopardo, tras casi cuatro horas de remo, cuando más ansiosos estábamos por llegar luego de ver los primeros témpanos flotando a la deriva, surgieron los primeros imprevistos: la marea, contra lo presupuestado, recién comenzaba a bajar; además, Michel no se sentía nada de bien.
Bajamos en una playa y esperamos. Esperamos cinco horas, tratando de encontrar alguna rama, hojas, algas, aunque sea un palito que estuviera seco. Era importante no enfriarse. Y necesario: por lo que se tomaron precauciones para encender el fuego. En ese tiempo cocinamos, Rolando pescó un salmón y miramos cómo el catamarán cruzaba raudo interrumpiendo la calma.
Michel se recuperó, pero pasó a remar en el kayak doble. Para el último tramo hasta la laguna, el aprendiz fue promovido a un kayak individual. Dos horas después, llegábamos a la entrada del río Témpano cuando un ruido familiar quebró el paisaje.
-¡Aléjense de la orilla! -gritó Rolando- ¡Pónganse en diagonal a la ola!
Ya de vuelta, el catamarán pasaba a poca distancia, sin inmutarse, levantando un oleaje inusual que lentamente ha ido socavando las orillas. Remamos contra la corriente; la marea no había subido del todo y remar se hacía pesado. Debíamos llegar con luz. Pero el paisaje en torno al río, prodigando las figuras cada vez más hermosas de los hielos flotantes, fueron adormeciendo nuestro cansancio y alteraron nuestra noción del tiempo.
Las verdes orillas del río, cubiertas de musgos y helechos y hasta de árboles que crecían invertidos, eran los bordes de un vaso de agua fresca donde remábamos rodeando los hielos. Bandadas de cormoranes, toninas que tranquilas paseaban sincronizando sus aletas, acompañaban nuestro silencioso avance hasta la boca de la laguna. Así, de pronto, al entrar en sus aguas, la bruma gélida de un freezer recién abierto nos situaba en una panorámica de formas abstractas e insólitas: enormes témpanos transparentes, azules, grisáceos, que en una misma perspectiva podían parecer ballenas, cisnes y elefantes. Con el glaciar San Rafael en la lejanía, absortos ante los hielos milenarios, remontamos el último tramo hasta el campamento pensando que a esas alturas era cosa de seguir remando. A medida que avanzábamos parecíamos estar cada vez más lejos, y la noche fue categórica para enseñarnos una lección. A medida que crecía la penumbra, las cautivantes formas de hielo se volvieron tenebrosas. Rolando se mandó a remar, tanteando témpanos con los remos; escuchando el crepitar de un iceberg quebrándose por dentro, apuntábamos con las linternas buscando un lugar que solo él conocía. Tiritando, encallamos. La marea había cambiado el remanso donde supuestamente estaban los domos. Sin respuesta por parte de los guardaparques, Rolando se aventuró en el bosque. Y la suerte nos devolvió de pronto el alma al cuerpo.
Como caranchos cantando
La trayectoria de Rolando permite que el viaje turístico también sea formativo.
-Que se lleven una experiencia, pero también un aprendizaje. Siento que tiene más sentido -dice al calor del fuego el último día.
Su pasado como instructor de NOLS y Outward Bound lo ha llevado a concebir un producto que contratan familias y grupos de amigos, pero también empresas que en busca de instancias formativas para el trabajo en equipo de ejecutivos. No es un viaje de comodidades, pero sí un espacio para valorar cosas sencillas como una ducha tibia o ropa seca. Los dos días de descanso en el campamento de Conaf se disfrutan caminando por el parque sin urgencias, alojando en domos y habitando un quincho de dos aguas donde se puede hacer fuego y protegerse de la lluvia.
Tras la urgente llegada, al día siguiente nos sorprendió el sol y recorrimos senderos que atraviesan bosques casi vírgenes, pues no son más de 200 personas las que visitan el parque al año, y donde pueden hallarse ejemplares del 95 por ciento de las especies de líquenes del mundo. De un lado una cascada, o las ruinas de un hotel quemado y abandonado construido por FF.EE. en 1938; del otro, el glaciar desmoronándose.
El último día volvimos a subir a los kayaks, pero esta vez para despedirnos. La lancha de Destino Patagonia -que en sólo 3 horas nos llevaría de regreso al puente en río Exploradores- ya había llegado, por lo que partiríamos al día siguiente. Salimos esa tarde remando como rompehielos, abriéndonos paso al contacto para llegar frente a la pared milenaria. Con la marea en retirada, los témpanos que varaban se posaban sobre la orilla como estatuas que escoltaban nuestro avance. Sobrevolados por gaviotines y cormoranes, llegamos a estar tan cerca que el hielo caía al agua al mismo tiempo que se escuchaba el ruido. Volvimos tranquilos, nos sacamos por última vez los trajes. De noche llegó Rolando al quincho con un salmón recién pescado. Michel encendió el fuego y se animó la fiesta. Bitrán sacó los ingredientes y se puso a hacer el sushi mientras Magallanes fotografiaba el whisky que brillaba junto a la fogata en el cristal de un hielo milenario. Brindamos por don Romilio escuchando Apriete que va la marca en radio Santa María. Vamos a tomarnos un trago, dicen, y echémonos pa’ atrás como carancho cantando, amigo.
Lan realiza vuelos a Balmaceda, donde se puede contratar traslado hasta Puerto Tranquilo (224 kilómetros al sur de Coyhaique).
En Puerto Tranquilo hay cabañas para 4 personas desde los 20 mil pesos la noche, hasta hostales boutique como El Puesto (www.elpuesto.cl).
Si no está dispuesto a remar 4 días, Destino Patagonia ofrece servicios de traslado en lanchas que tardan 3 horas hasta el destino.
Más información sobre este viaje con la empresa AguaHielo Expediciones: http://aguahielo.cl .
Por Matías Celedón, desde el Parque Nacional Laguna San Rafael, Región de Aysén. – Fotografías: CLAUDIO MAGALLANES.
Posteado en: http://diario.elmercurio.com