A navegar el fin del mundo

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Bajo un cielo teñido de naranja y violeta al amanecer, el equipo de expedición comprueba las condiciones del mar, la marea y las corrientes para determinar si es posible el desembarco.

Todo parece en calma, pero el capitán del Stella Australis, el chileno Oscar Sheward, sabe muy bien que el Cabo de Hornos, ese mítico cruce de dos océanos y punto más austral del mundo excluyendo la Antártida, puede mostrar en pocos segundos su cara más oscura.

En este extremo sur del continente americano, donde se encuentran los océanos Atlántico y Pacífico, más allá del cual sólo existe la Antártida, la sensación es de extrema vulnerabilidad.

Y Sheward no es ajeno al gran desafío. “Las condiciones de navegación pueden ser insostenibles y las tormentas, épicas, con vientos de más de 150 nudos (unos 200 kilómetros por hora) y una corriente permanente de oeste a este, con olas de hasta 15 metros.”

La historia y la leyenda se han encargado también de alimentar un mito del fin del mundo que rodea de misterio y de una cierta mística de espiritualidad la navegación por las coordenadas 55º56’ sur y 67º19’ oeste del globo, en las que se sumerge la cordillera Darwin, y en las que la profundidad del Pacífico pasa a entre tres mil y cuatro mil metros en una breve distancia: se estima que desde el siglo XVI más de 800 naves se han perdido en sus tormentosas aguas, sepultando en el mar a más de diez mil hombres de numerosas nacionalidades.

En la actualidad, con los barcos a motor, la situación es muy diferente y pese a la intensidad de los fenómenos atmosféricos, existe un considerable tráfico marítimo internacional por el lugar, que va desde la circulación comercial, militar o turística hasta la navegación de piratas.

Pero son muy pocos los que desembarcan en la minúscula isla desde la que el farero de la Armada chilena controla la navegación, y desde la que se rinde homenaje a los marineros muertos en sus aguas.

Miguel Cádiz es el actual farero de la Marina de Chile destinado al peñón. Lleva varios meses en el lugar, viviendo en la casa adosada al faro junto a su mujer y sus dos hijos.

En los meses del verano y otoño (austral) han recibido algunas visitas, como la del crucero Stella Australis, que desembarca a sus pasajeros, cuando las condiciones lo permiten, cada martes y jueves de la temporada turística.

“Pero a partir de finales de abril, cuando culminan las navegaciones, no habrá más visitas y hasta que finalice el año de servicio, viviremos en el más absoluto aislamiento”, cuenta.

Durante el año que dura la misión, Miguel y su familia no pueden salir de la isla salvo en caso de urgencia. Y sus hijos continúan sus estudios por internet.

A parte de la modesta vivienda adosada al faro para controlar la navegación y una pequeña capilla situada junto a la misma, Miguel y su familia sólo pueden moverse por los alrededor de 500 metros que separan ese extremo de la isla con el otro en el que se levanta el monumento Cabo de Hornos o monumento a los albatros, una escultura de siete metros del escultor chileno José Balcells Eyquem formada por la superposición de placas de acero que dibujan la figura de dos albatros.

Según la leyenda, estas aves errantes encarnan y transportan las almas de los marinos muertos en las aguas del cruce de océanos.

El Cabo de Hornos es el principal atractivo del recorrido que ofrece la compañía Cruceros Australis por las aguas de Patagonia y Tierra de Fuego y que cubre en gran parte la ruta que hiciera el naturalista Charles Darwin por la zona en el siglo XIX, clave para el desarrollo de su teoría de la evolución.

Hasta ahora, es la única compañía que realiza este recorrido entre míticos canales, recorriendo el estrecho de Magallanes —que separa la Patagonia de Tierra de Fuego— o el canal Beagle, atravesando parques naturales y zonas protegidas y cubriendo la ruta desde Punta Arenas, en la Patagonia chilena, hasta Ushuaia, en la argentina, o en dirección contraria.

Posteado en: http://www.elmanana.com.mx

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