La zona es una en la Patagonia, en donde los lagos y los ríos caudalosos, los valles y las montañas de granito, se mezclan con nubes en caravana y aguas de colores maravillosos.
El lugar de mi pequeño viaje, unas montañas detrás de otras montañas que había visto muchas veces, en la orilla del Lago Tagua Tagua, un maravilloso lago de aguas verde turquesa en la zona de Puelo, Patagonia norte, Región de Los Lagos, en el Chile austral, y en el valle del río que le da nombre a la zona. El río, que nace en un lago homónimo ubicado en Argentina, es una majestuosa columna de color intenso, que cruza la cordillera de los Andes, y pasa de los andes argentinos, al mar Chileno en un recorrido maravilloso y muy poco conocido.
Un río inmensamente caudaloso, cuyas aguas, curiosamente, los habitantes de su majestuoso valle, en la zona chilena, no pueden aprovechar: pertenecen, íntegramente a capitales españoles.
El lago Tagua Tagua, donde se iniciaba mi viaje, se nutre de las aguas del río – en el fondo no es sino un enorme ensanchamiento del mismo- y constituía mi puerta de entrada para ingresar al Parque Tagua Tagua.
En un bote rápido en la zona oeste del lago, y me dejaron, con una radio, en el extremo sureste del lago. Mi periplo pretendía alcanzar ciertas montañas en el fondo del parque de 3000 hectáreas, y para eso definí inocentemente, y en la comodidad de mi sillón y de Google Earth, un track mitad selva mitad montaña, de “tan solo” 14 kilómetros por este parque creado hace poco y muchas de cuyas rutas, tanto de trekking como de escalada, están en plena formación. “Hay ahí fotos que nadie ha tomado nunca”, fue un poderoso gancho para mi cámara.
El parque corresponde a una iniciativa privada de conservación de la biodiversidad, que en una zona concesionada por el estado de Chile a la Universidad Mayor de este país, pretende desarrollar un proyecto que permita dar a conocer y proteger un entorno natural, en 3000 hectáreas, más allá de las montañas que rodean el lago Tagua Tagua, las que a ratos, sorprenden por la escasa intervención humana, por zonas inexploradas, y llenas de retos maravillosos para el excursionista ambicioso.
Mi misión, muy modesta, era conocer el lugar, y tomar fotografías, en ese afán mío de dar a conocer los parajes de Cochamó, comuna de la Décima Región de Chile en la que corren paralelos los valles de los ríos Cochamó y Puelo, los que ambos cifran sus partes altas, rodeados de altas y maravillosas montañas de granito. Es una belleza de clase mundial, desconocida y en peligro inminente, por proyectos hidroeléctricos que pretenden llenar de cables el entorno.
Yo, sobrecargado, con cámara y equipos, más pertrechos para acampar y escalar, remonté mis primeros kilómetros de trekking teniendo que asumir que 30 kilos en la espalda, vuelven arduo hasta el más bello y simple sendero.Pues podría decirles que mi viaje fue un fracaso: no escalé hasta la meseta que tracé en mi mapa, no llegué a varias de las lagunas que fijé en mi GPS, y ni siquiera monté mi carpa. Decirlo no sería justo, porque descubrí uno de los lugares más bellos de mi adorada y apasionante comuna.
En Cochamó, existen varios puntos donde puede apreciarse, parte de la naturaleza más admirable de Chile. Montañas de granito impresionantes, de belleza solo comparable a las de las Torres del Paine, o bosques fantásticos, con árboles milenarios, pero pocas veces puede verse, un bosque como el que existe en el parque, concretamente, un bosque de alerces milenarios, pero rodeados de miles de individuos juveniles. Un bosque jóven, de una especie en peligro de extinción. Una joya.
El alerce, explotado también por compañías internacionalmente conocidas como Faber Castell, fue el sustento de la arquitectura del sur de Chile, gracias a las propiedades de la madera que produce el árbol, invulnerable a la humedad más extrema. La especie se taló indiscriminadamente, y cuando de prohibió su explotación, los bosques remanentes fueron incendiados para explotar el alerce muerto, en un subterfugio para violar la ley, que prohibía solo la explotación de ejemplares vivos.
El parque así, ofrece la posibilidad de ver un bosque de alerces como los que antaño dominaban la zona, sano y sobrecogedor.
Mis planes adicionales de acampar y de “entrevistarme conmigo mismo” también se trastocaron. Pasé mi primera noche en uno de los dos refugios que existen en el parque, sin electricidad, y ubicados en el medio del bosque. De hermosa construcción rústica, se encuentran ambos, el primero a 6,5 kilómetros de la entrada del parque, y el segundo a 10 kilómetros del mismo punto. Les cuento que ambos, están ubicados a orillas de maravillosas lagunas de montaña. El primer refugio a orillas de una laguna repleta de los troncos de alerces muertos, atrapados en algún momento por el agua.
El segundo, más cerca ya de las montañas del parque, sorprende precisamente por eso, por el impresionante marco de paredes de granito, a estas alturas del año, cubiertas en sus partes altas por nieve. El bosque de alerces que rodea esta segunda laguna es de antología, un deber ser del sur de Chile.
Poca carga en sus mochilas, y unas cuantas noches en sus vidas, les aseguran una experiencia inolvidable en la creme de la creme del sur de Chile, miles de kilómetros al norte de Torres del Paine, y a dos horas y media de Puerto Montt.
Si te gusta la montaña, y algo sabes de escalada, no te admires de encontrar paredes que nadie escaló antes, y poder inscribir tu nombre en alguna nueva ruta.
Encántense con Puelo. Visiten Cochamó.
ESCRITO por Andrés Amengual
www.andresamengual.cl